jueves, 14 de junio de 2012

Viernes 15 de junio 2012 – Sagrado Corazón de Jesús


Para comprender el sentido de esta devoción, podemos recordar el simbolismo teológico del concepto “corazón”: “Corazón significa el centro más íntimo de la persona humana, centro desde el cual el hombre se relaciona original y totalmente con las demás personas. El corazón es la unidad original y configuradora de los comportamientos de una persona. Sólo las personas tienen centro de la “existencia” y sus comportamientos son “cordiales”, o sea, nacen de un punto central común e íntimo que los reúne a todos y les acuña su último sentido” (Karl Rahner, Escritos de Teología, T. III).
Santa Teresa decía: “obras son amores y no buenas razones”. Una clave para valorar la coherencia entre la forma de pensar y de vivir de las personas. Cierto que la fe se realiza en el amor (cf. Ef 4,15), que una fe sin obras acaba siendo un deseo, un sentimiento (cf. Sant 2,17). Pero la experiencia nos dice que no basta con obras, es necesario un impulso interior, el amor, pues “lo que rebosa del corazón lo habla la boca” (Mt 12,34).
La fe cristiana “es la religión del permanecer en la intimidad de Dios, del participar en su vida”. Una experiencia que Dios hace brotar en el corazón de cada uno. Según la tradición bíblica, el corazón es una realidad interior que representa la plena conciencia de la persona, la sede simbólica de la razón y la voluntad, de las decisiones, de los grandes proyectos vitales. Por eso, “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”(Mt 5,8). Es la realización de la promesa de Dios: “Les daré otro corazón e infundiré en ellos un espíritu nuevo: les arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ez 11,19). Se trata de vivir la fe en Dios en el corazón, no en apariencia. Una fe que, si es tal, no puede dejar de realizar las obras del amor. 
Cristo mismo evoca en el Evangelio muchas veces el corazón. “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas” (Mt 11,28-29). El corazón es el símbolo de su amor por nosotros: “uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua” (Jn 19,34). Ahí se sitúa la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que alcanzará una fuerte intensidad a través de las revelaciones hechas a Santa Margarita María Alacoque. Su fruto es una nueva aproximación al Misterio de Cristo, descubriendo, como recuerda Benedicto XVI, “el Misterio del corazón de un Dios que se conmueve y derrama todo su amor sobre la humanidad… no se rinde ante la ingratitud, ni siquiera ante el rechazo del pueblo que se ha escogido; más aún, con infinita misericordia envía al mundo a su Hijo unigénito, para que cargue sobre sí el destino del amor destruido; para que, derrotando el poder del mal y de la muerte, restituya la dignidad de hijos a los seres humanos esclavizados por el pecado”.
Estamos llamados a vivir la fe desde el centro de nuestro ser, desde el corazón. Esto no significa una espiritualidad sentimental, sino una adhesión plena al ser mismo de Dios. Oremos, en las horas de luz y en las de oscuridad, permanezcamos unidos a la oración confiada de tantos cristianos: “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío”.

+ Javier Salinas Viñals

 Obispo de Tortosa
 

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